jueves, 3 de febrero de 2011

Mi muerte virtual






                           
He tenido la sensación de estar muerto, como la gente que ha vivido, en carne propia, una experiencia personal con este hecho humano impostergable.

Estas personas relatan que han visto, desde el “más allá”, cómo la vida terrenal continúa sin ellos. Una sensación similar he tenido en los últimos días.

He visto cómo la gente, especialmente mis familiares y amigos han continuado su vida, como si no hubiese pasado nada. Es decir, “mi muerte”.

Valga aclarar que se trata de “una muerte” estrictamente virtual ¿Que quiero decir con esto? Les voy a contar.

La muerte de Baudilio

El pasado mes de diciembre me encontraba revisando “mi página” de Cara de Libro, como, a manera de broma le llama un amigo al facebook.

Como sabemos ésta es una de las decenas de “redes sociales” que circulan por el ciberespacio. Yo, en lo personal, le llamo “red de sociales” más bien, por las características de páginas sociales de periódicos que tienen estos espacios cibernéticos.

Para mí las “redes sociales” es otra cosa. Tienen que ver, más bien, con las decenas de movimientos sociales que apuestan a la construcción de un mundo más justo.

Lo cierto es que revisando “mi face” cometí un error, para no entrar en mayores detalles técnicos sobre el uso de “mi página”. Este error me había impedido acceder, nuevamente, al perfil que creé hace tres años.

Me pasó algo así como esas muertes absurdas que han sucedido en la vida, como la del recordado jugador de béisbol de mi época de niño, el receptor Baudilio Díaz.

Este jugador tiene aún, por cierto, la marca de más jonrones: 20 en una temporada del béisbol profesional venezolano, conseguida en la temporada 1979-1980. En esa época tenía 11 años ¡Cómo ha pasado el tiempo¡

Baudilio Díaz, según relataron los diarios de la época, murió de un certero golpe propinado en la cabeza por la base de una antena parabólica, cuando el pelotero procedía a arreglarla en la terraza de su casa. No había llegado al país la televisión por cable.

La antena, lamentablemente se partió, le dio en la cabeza y uno de los grandes peloteros del béisbol venezolano y del Caribe, que le “quechó” a los tiradores más duros y rápidos de béisbol de aquel tiempo, incluido de las Grandes Ligas de los EEUU, murió de esta forma tan absurda.

Algo así “me pasó” a mí con el Cara de Libro, una de esas herramientas tecnológicas, que te hace visible ante el mundo virtual y que produce, a veces, debo reconocerlo, la alienante sensación de que “no existes” cuando no tienes acceso a ella y “comunicación” con este mundo virtual.

Como en una película

Lo mío fue “una muerte” realmente absurda. Le di un click a una opción que no debía, y a partir de allí quedé imposibilitado de acceder a “mi página”, es decir, a “mi vida virtual”.

Me comuniqué con la compañía telefónica nacional que, sin querer entrar en mayores detalles técnicos, podía tener a la mano la solución a mi problema, es decir, que “siga viviendo” en el mundo virtual del facebook.

Los operadores de la compañía telefónica, como una especie de médicos, intentaron “salvar mi vida” virtual, pero sus esfuerzos fueron en vano.

“Señor, no podemos hacer más nada”, me dijo una noche uno de los operadores de la empresa telefónica, como a veces los médicos comunican, a los familiares de pacientes en estado crítico, la dura realidad: la muerte.

Desde los perfiles de mis hijos, que me prestaron “sus páginas” del face, logré visualizar lo que la gente comentaba en mi perfil, pero estaba imposibilitado de responderles.  No tenía acceso a “mi página”, es decir, a “mi vida” virtual.

Me sucedía como el personaje de la película romántica Ghost, de Jerry Zucker. En esta cinta el personaje central interpretado por Patrick Swayze, quedó atrapado en un extraño estado entre la vida y la muerte.

No terminaba de morir, pero tampoco podía comunicarse con la gente de la vida terrenal y estos con él, de manera que permanecía en una dimensión desconocida.

Algo similar me pasaba a mí. Sabía y me enteraba de todo lo que mis amigos y amigas comentaban, colocaban y hacían en el face a través de las páginas de mis hijos, pero yo no podía responderles a través de “mi página”.

Mi amiga Luciana Grioni, que vive en Caracas, por lo menos, me saludó por el asunto del año nuevo. “Querido amigo… que tengas un maravilloso año rodeado de lo que más quieres. Un abrazo”.

Deseaba responderle y desearle, también lo mejor del mundo para ella y su pequeño hijo, y no podía hacerlo, como Patrick Swayze en la película Ghost.

Mis cuñadas y amigas de Maracaibo, de Barquisimeto y hasta de París se jugaron conmigo por una foto en la que aparezco besando a mi esposa Andreína en la mejilla, durante las celebraciones de Fin de Año.

Una de mis cuñadas, la que vive en Maracay, comentó: “¡Uuuuupaaa!”.  Gaby, una de las que vive en Maracaibo, dijo: “¡eeeeesooooo negro! y otra de las cuñadas, Camen, tarareó el sabroso merengue: “¡… y qué será lo que quiere el negroooo..!

Yulaidis, nuestra amiga marabina residenciada en Francia, hizo el siguiente comentario sobre la foto: “Mirenme este..... el nuevo año promete más muchachos, parece! Jajaja”.

La prima barquisimetana María Alejandra, por su parte, respondió a los anteriores comentarios, también a manera de broma, aunque también, agrego yo, muy en serio: “Lo que la mami Andre le da…”. A este jocoso foro deseaba responder pero no podía. Estaba virtualmente “muerto”.

Ni siquiera podía responder a las informaciones más sencillas, como el teléfono de una amiga común, que me había pedido, por el correo personal del face, mi amiga Yurbri, buena compañera de viaje a Cuba. Estaba totalmente inhabilitado para responder.

La única que sospechó que algo raro sucedía fue mi muy buena y vieja amiga Teresa Brandt, tan intuitiva como siempre. “Hombre ¿y tú que te hiciste?”, me preguntó a través de mi muro.

Estuve a punto de “espantarla”. Es decir, responderle a través de la página de mi hijo Juan Andrés, pero me contuve. En el fondo tenía la esperanza de “resucitar”.

Como el difunto yo

Por estos días me he sentido, también, como Andrés Erre, el personaje central del cuento El difunto yo del escritor larense Julio Garmendia (1898-1977), uno de los precursores del “realismo mágico” latinoamericano.

Garmendia, en un maravilloso juego de ficción literaria, cuenta la historia de Andrés, a quien su “otro yo” o alter ego (su personalidad oculta) escapa de su control y hace de las suyas.

“El “otro yo” realiza acciones opuestas a las que habitualmente hacía el personaje central. Lo involucra en todo tipo de entuertos, incluyendo los legales y, a veces, los más dolorosos: los maritales.

Es decir, como decimos en criollo, su “otro yo” le monta cacho con su mujer. Su Alter Ego hace delicias con su esposa en su propia cama y él lo ve todo, pero sin poder hacer absolutamente nada.

El personaje central del cuento no soporta las jugarretas de su “otro yo” y se ahorca. El Alter Ego termina apoderándose, totalmente, de su cuerpo.

“No hubo duelo, ni entierro. El periódico no hizo alusión a la tragedia, ni en grandes ni en pequeños titulares”, da su testimonio el afligido Andrés Erre. Algo “parecido” me ha sucedido a mí, aunque no tan dramático como al personaje del cuento.

Me refiero a que Andreína comentó la foto que se tomó con Huscar Barradas, ese talentoso músico zuliano que nos conseguimos en el evento Primer Gran Baile del Año,  realizado en la noche del 1 de enero en el Círculo Militar de Maracaibo.

En esta presentación estuvieron la Billo´s Caracas Boy y el Super Combo los Tropicales con Argenis Carruyo, Doris Salas, Chalo Navarro y Ender Carruyo, entre otros. ¡Tremendo espectáculo!, al que nos invitaron nuestros amigos Kendric Fuenmayor y Lisbeth Rondón.

Andreína comentó en el pié de la foto: “…aquí con el cuchilindo de Huscar Barradas…”, y por supuesto que las amigas de Andreína, respondieron la foto de ambos abrazados.

“Eesssoooo”, “eeechoooo”, “bellos…”, “bellos y dulces…”, “un acompañante de lujo” y “talentosa pareja”, fueron algunos de los comentarios de las amigas de Andreína, y yo sin poder decir nada.

Como hace referencia el cuento de Garmendia, en mi “muerte virtual” no había ni duelo ni entierro, los medios clásicos o virtuales, menos hacía alusión a esta “muerte”.

Sólo como consuelo me había quedado, a manera de “epitafio”, un bonito mensaje de mi tía Beatriz: “Querido sobrino, qué buena selección tienes en tu colección de fotos y que bien organizadas!!!”.

Agregó la tía, a manera de “consolación” personal: “Disfruto viéndolas. Qué maravilla tener periodistas en la familia!!!! No te canses de recordarnos esos buenos momentos en la prosa y en la fotografía”.

Como para terminar de “despedir” “mi cuerpo” y “mi alma” Beatriz, una de las tías más lindas que hay en nuestra familia, me escribió: “Aunque pocas veces lo exprese, valoro inmensamente tus talentos. Te abrazo!!!”.

Yo, un Lázaro virtual

Nunca perdí la esperanza de volver a la vida. Sabía que mi  amigo Gustavo, “médico” personal de mis ordenadores, era mi única esperanza.

En efecto Gustavo hizo el milagro. Él recuperó la clave que había extraviado para acceder a “mi página” del face. De esta manera es como he resucitado finalmente.

Me siento, ahora, como aquel cuento que nos relataban de niños, de un hombre que “despertó” de su muerte en su propio velorio. El hombre no estaba muerto, estaba en una especie de profundo sueño, en el que ni respiraba.

También puedo decir que me sucedió, como se dice del mítico cuento del cuerpo de Walt Disney, que supuestamente permanece crionegizado o congelado, para posteriormente resucitarlo.

Este es un cuento similar que se ha tejido en torno al cuerpo del cantante Michael Jackson, que supuestamente también permanece en un invernadero, criogenizado.

Debo decir que, en lo personal, no creo en la resurrección, por lo menos en la vida terrenal que nos ha correspondido vivir. No obstante, en lo virtual la resurrección también parece posible. Si no, heme aquí, resucitado entre los muertos. Como Lázaro.

Félix Gutiérrez