El curioso caso de Benjamín Button es una buena película. Por lo menos a mí me gustó en su momento, el de su estreno, en el 2008.
Esta cinta, dirigida por el director estadounidense David Fincher, cuenta la historia de Benjamín (Brad Pitt), que nació en el cuerpo de una persona de 80 años.
No obstante, con el transcurso del tiempo va rejuveneciendo, hasta morir como un niño recién nacido, en los brazos de Daisy (Elle Fanning), la mujer que amó toda su vida.
Esta película, basada en una historia de F. Scott Fitzgerad, es una bonita e interesante obra cinematográfica sobre el amor, la vida y el tiempo.
Aunque en su momento me gustó por lo extraordinario del caso, de verdad que no había reparado en la filosofía de vida que encerraba el contenido de esta película.
En esta reflexión confluí hace poco días que observé a un señor de un poco más de 90 años de edad, caminar de la mano de una mujer de 50 años aproximadamente.
La mujer parecía la hija del anciano. No obstante, la escena se me asemejaba a la de un niño de dos o tres años que era llevado por su madre al Maternal.
Esta imagen ha sido reforzada por mi abuela materna, que este año cumplió 95 años. La abuela Ana tuvo un lamentable accidente, que la mantiene actualmente en cama.
En algunas ocasiones con la abuela se tiene que hacer lo que normalmente se hace con un niño, en este caso una niña de dos o tres años de edad.
De hecho, en ocasiones la abuela, en su momento de sus cavilaciones, comienza a llamar a su mamá y a todas aquellas personas de su niñez.
A raíz de estos hechos: La película, el anciano que observé caminar con su hija en una acera y la circunstancia de la abuela Ana, he comenzado a pensar, en lo que podría llamar la “teoría” Button.
Una carrera hacia la niñez
No sé exactamente quien señaló que cuando se nace, en ese mismo instante, se comienza una especie de cuenta regresiva hacia la muerte.
No sé exactamente quien señaló que cuando se nace, en ese mismo instante, se comienza una especie de cuenta regresiva hacia la muerte.
Aunque creo que esto es cierto, es igualmente cierto que comienza un largo camino hacia la niñez, cuando la salud te acompaña claro está. No es por casualidad que los abuelos parecen niños y las abuelas parecen niñas.
Expliquémoslo de la siguiente manera ¿Cuál es la esperanza de vida en Venezuela? 75 años de edad, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Los venezolanos y las venezolanas pasamos de los 71 años de edad como esperanza de vida en la década de los 90, a los 75 años en el 2008, la última medición que se conoce.
Es decir, nuestra esperanza de vida aumentó 4 años. Ahora vuelvo preguntar ¿Cuál es la mitad de 75? Respuesta: 37 y medio. Según esta “teoría”, la Button, que intento desarrollar, los venezolanos y las venezolanas cumplimos hasta 37 años y seis meses.
¿Cómo es eso? se preguntarán ustedes. Después de los 37 años y medio, sostengo, comenzamos un proceso de retorno a la niñez, pasando otra vez por la juventud y la adolescencia hasta llegar a la infancia, en la que finalmente moriremos.
Morir como niños
Según esta “teoría” significa, entonces, que luego de cumplir 37 años y seis meses comenzamos una cuenta regresiva. Empezamos a cumplir, otra vez, 36, 35, 34 y así sucesivamente.
Volvemos a pasar por la inolvidable etapa de la juventud, la de los 20 años. Continuamos hacia los drásticos días cambios de la adolescencia.
Aterrizamos, una vez más, en los bonitos días de la niñez y desembocamos, al final del camino, a los días que ya no recordamos de la época de recién nacidos, hasta morir como fetos.
En mi caso personal debo revelar, con toda satisfacción, que en la actualidad tengo 42 años de edad. No obstante, según la “teoría” Button, cuento en realidad con 32 años.
Cuando llegue a los 50, con el favor de Dios, no tendré esa edad en verdad. Contaré, en realidad, con 26 años de edad. Es decir ¡estaré en plena juventud ¡
Asimismo, cuando llegué a los 62, por lo menos, con un poquito de salud y de suerte también, no seré un sexagenario, como le dicen las páginas de sucesos de los diarios a los hombres y a las mujeres de 60 años. En ese momento estaré en la propia adolescencia: 16 años.
Con los 72 años, estaré arribando nada menos y nada más que a los 3 años de edad. Es decir, ¡seré un niño otra vez! ¿Y si pasamos de los 75 años? ¿Cómo podemos identificar esta etapa?, se preguntarán ustedes.
De ser esta la fortuna con la salud que corresponde, podemos decir, entonces, que hemos vivido de más. Como la vieja costumbre de los pulperos de otras épocas podemos decir que la existencia nos ha dado ñapas de vida.
En este caso recomiendo vivir con mayor pasión e intensidad esos años de gracias que el vientre de la vida nos está ofreciendo, antes de pasar al otro misterioso, desconocido e inevitable plano de la existencia humana: La muerte.
Un hombre de 28
Si a mí, por lo menos, me pidieran que hiciera un balance de la vida podría decir, con toda honestidad que estoy viviendo una época de plenitud física y espiritual.
Aunque entiendo que cada cual tiene experiencias de vida diferentes, en mi caso personal debo resaltar la niñez como una de las épocas más lindas de la vida. Para mí esta etapa es insustituible.
Es el período del descubrimiento de la vida, de la existencia. La adolescencia, por el contrario, es una de las etapas más oscuras, más turbias, por lo confuso, por el no saber qué se quiere y hacia dónde ir. La adolescencia, según mi experiencia personal, es la peor etapa.
La época de la juventud, la de los 20 años, es una de las más maravillosas de la vida. Es la etapa en la que uno ya sabe con certeza lo que quiere ser.
Es una etapa en la que se sueña y se vive con una fuerza y una intensidad única. Se cuenta, además, con las capacidades físicas para asumir cualquier reto.
En lo personal significó vivir la bohemia universitaria y todas sus delicias y sus riesgos también. La época de los 30, al igual que la adolescencia, fue una etapa no muy bonita, aunque más productiva que la adolescencia.
Antes de los 30 lo menos que pensaba era en tener hijos, por lo menos. No obstante, apenas pisé los 30 años se despertó en mí un deseo irresistible de ser padre ¡Que cosa más extraña!
El problema de esa época radica, a mi manera de ver, en que comenzamos a pensar que la vejez, efectivamente, también nos puede alcanzar.
Ya no es la época de la juventud de los 20, en las que nos creemos invencibles. Ahora, a los 30, nos empezamos angustiar por la vejez. Pensamos que a los 40 comenzaremos a vivir la etapa antes mencionada.
Por esa razón a los 30 pretendemos hacer todo lo que no hemos hecho en la vida, pero cuando se llega a los 40 nos damos cuenta que la vitalidad física sigue vivita y coleando, como se dice; lo mejor es que esa vitalidad física es acompañada de una maravillosa fórmula: La madurez.
De los 50 no puedo hablar aún, pero a mí cuando me preguntan la edad digo, con orgullo, que tengo 42 años, aunque agrego que físicamente aparento un hombre de 30, pero en verdad, finalizo diciendo, me siento de 28 años.
Puro optimismo
La gente se ríe cuando expreso esta fórmula personal de vida, a manera de broma, pero luego de dar con la “teoría” Button, me doy cuenta que no estoy tan perdido.
De hecho, como lo expresé anteriormente, según la “teoría” Button tengo 32 años de edad y camino, precisamente, hacia los 28 años, a los que arribaré cuando cumpla los 46 años de edad.
Y no solamente eso. En la medida que vaya avanzando en edad iré caminando, otra vez, hacia la juventud, hacia la adolescencia, hacia la niñez…
Por esta razón, de ahora en adelante intentaré asumir la vida, según la “teoría” Button. Viviré mi nueva juventud, mi nueva adolescencia, mi nueva niñez.
Recuerdo que un buen día Benjamín, en la película David Fincher, es llevado donde un predicador que hace sanaciones. Benjamín, de casi 80 años de edad, anda en silla de ruedas, y su madre adoptiva, Queenie, quiere que el predicador lo ponga a caminar.
“Qué edad tienes, anciano”, le preguntó el predicador a Benjamín y este le respondió: “7 pero luzco mucho mayor”. Todos los presentes en la iglesia rieron. El predicador agregó: “Éste sí es un hombre con optimismo en su corazón…”.
Creo que esa es, precisamente, la palabra clave en todo esto: El optimismo. Puede que físicamente el deterioro del cuerpo avance con la edad, es inevitable, pero lo que nunca podemos dejar que se deteriore es el optimismo por la vida.
En la película el predicador logra levantar de la silla de ruedas a Benjamín y este camina contra toda predicción. Este hecho se adjudica a un milagro. Pienso que ese es, precisamente, el gran milagro que debe obrar para todos: El optimismo por la vida.
Félix Gutiérrez